La soledad, el COVID-19 y los mayores

La soledad, el COVID-19 y los mayores, Centro Óptima

La soledad, el COVID-19 y los mayores

Desde que se declaró el confinamiento por el COVID-19 en mi trabajo como psicóloga sanitaria después de veinticinco años de profesión y como instructora de mindfulness, me he encontrado con personas mayores que sufren ansiedad, dificultades con el sueño, miedo, profunda tristeza, síntomas depresivos y la mayoría presentaban un denominador común, la experiencia de vivir solas/os ante la incertidumbre que ha generado esta pandemia.

España es el segundo país más longevo del mundo después de Japón. Situándose la esperanza de vida en 80 años para los hombres y 85 para las mujeres.  Según el INE el 19,4% de la población son mayores de 65 años. Según el pronóstico de INE para el 2033 uno de cada cuatro habitantes en España será mayor de 65 años y un 12% de la población vivirá sola, es decir, unos 5,8 millones de hogares serán unipersonales, aproximadamente el 28,9%.

El ser humano es social, ya que filogenéticamente esta característica ha garantizado su supervivencia desde sus orígenes como homínido.  Entre las necesidades psicológicas básicas se encuentran el amor incondicional, que evolucionará en la edad adulta manifestándose como una necesidad de afecto, admiración, aceptación y reconocimiento. Esas necesidades no siempre están cubiertas al final de nuestro ciclo vital y precisamente esas carencias y el sufrimiento de las personas mayores nos preocupan tanto a profesionales como a los familiares que, quizás por las circunstancias personales, no pueden dedicarles todo el tiempo que necesitarían.

Un aspecto que también se ve muy afectado tanto por la soledad como por la cuarentena es el de la comunicación. Somos seres en relación. Necesitamos sentirnos escuchados, comprendidos, compartir experiencias y sentimientos. Sentir que somos y estamos para las personas a las que queremos.

¿QUÉ ES LA SOLEDAD?

Aunque hay diferentes definiciones, podemos hablar de dos dimensiones. Una objetiva, física o real que nos habla de estar solo o sola, de la ausencia de relaciones, de aislamiento. El 22,5% de los mayores de 65 años viven solos según el INE y esa soledad, desde el 14 de marzo con el estado de alarma, se ha visto incrementada por la prescripción de confinamiento que aún a día de hoy perdura.

La otra dimensión es de carácter subjetivo, psicológico o percibido. Es una soledad no elegida y tiene en cuenta la vivencia que tienen las personas de sus relaciones y su situación social, es la que nos habla de sentirse sola. Se pueden presentar ambas simultáneamente (cuando la persona está sola y se siente sola) o puede ser un sentimiento (la persona está acompañada pero se siente sola, como les sucede a muchos mayores en residencias o cuando conviven con un familiar).

Cuando hablamos de la soledad de nuestros mayores de 65 años, es importante recordar que muchos de ellos ya vivieron la posguerra en España, una etapa difícil en la que lucharon por sobrevivir y que seguramente la superaron desarrollando sus habilidades de afrontamiento y resiliencia.

Si atendemos al curso natural del ciclo vital han ido viviendo y envejeciendo con las limitaciones asociadas a este proceso, viendo como hacen su aparición algunas enfermedades físicas y/o mentales y aceptando la pérdida de cuotas significativas de salud y autonomía. Y a nivel emocional han ido experimentando pérdidas personales y de vínculos importantes, ya sean familiares, parejas o de amig@s que les producen un profundo sentimiento de tristeza e inseguridad y las sitúan en una situación de mayor vulnerabilidad.

A todo esto se le suma, para algunas de estas personas, que mientras estuvieron activas laboralmente, con un proyecto familiar que les absorbía su día a día, entre sus valores no tenía prioridad el desarrollo de la independencia, el aprender a envejecer bien (según la psicóloga experta en vejez Rocío Fernández-Ballesteros “Envejecer bien es tener salud y poder valerse por sí mismo, tener buena forma física y mental, sentirse bien, controlando la vida y manejando el estrés y estar implicado en el mundo social”) y el manejo de la soledad. Por ello fácilmente esta soledad se presenta de la mano del miedo.

También hay diferencias en la percepción de la soledad explicadas por la cultura, así en España son un 45% de las personas mayores las que afirman vivir sintiéndose solas, mientras en Suecia solo es el 9%.

Esta pandemia con el correspondiente aislamiento ha supuesto que los mayores que enfermaban fuesen aislados tanto en residencias como en hospitales a veces sin la posibilidad de despedirse de sus familiares. Para muchos de los que viven solos en sus propias casas, vieron como el servicio de ayuda a domicilio de las administraciones locales se suspendía en una primera fase por falta de recursos o equipos de protección individuales. En el mejor de los casos sus familiares (hijas/os con justificación para desplazarse) les hacían entrega de todo lo necesario a nivel de alimentación y productos de primera necesidad, se permitían unos breves minutos para confirmar que se encontraban bien manteniendo la mirada y la distancia de dos metros mientras se despedían con unos besos lanzados al aire.

¿QUÉ RIESGOS PUEDEN APARECER ASOCIADOS A LA SOLEDAD?

Según el estudio de J. Cacioppo (profesor de Psicología de la Universidad de Chicago) la soledad impuesta puede aumentar un 14% el riesgo de muerte prematura.

En múltiples estudios la soledad se asocia a un mayor riesgo de enfermedades físicas como accidentes vasculares y domésticos.

Ante esta pandemia todos hemos predicado el #quedateencasa y eso para las personas mayores ha supuesto un empeoramiento de enfermedades óseas y, en ocasiones, dejadez por su higiene lo que puede llevar a un mayor riesgo de infecciones. Al no poder salir de su hogar también disminuye la motivación por cuidar de su imagen y esto merma su autoestima. Desde el principio de la cuarentena decretada por el COVID-19 los mayores recibían las trágicas noticias a través de los medios de comunicación a los que principalmente tenían acceso, TV y radio, que bombardeaban con las estadísticas de fallecidos diarios y los porcentajes de mayores como población de riesgo. A veces, al vivir solos, no contaban con otras personas con las que contrastar sus ideas y preocupaciones, lo que podía elevar sus temores y dificultar el sueño.

En esta etapa vital vemos con demasiada frecuencia que nuestros mayores reducen sus relaciones sociales y esto también se relaciona a nivel mental con un mayor deterioro cognitivo, demencias y depresión, sobre todo cuando esa soledad es sobrevenida e inesperada. Así mismo ese sentimiento de soledad y aislamiento puede ir acompañado de miedos y ansiedad. Hay una pérdida de seguridad y control sobre su vida.

¿CÓMO APRENDER A VIVIR CON LA SOLEDAD Y EL CONFINAMIENTO?

Recientemente en una conferencia en Pamplona la anteriormente citada psicóloga experta en vejez Rocío Fernández-Ballesteros explicó cómo envejecer bien desde una perspectiva psicológica con estas palabras “Una persona que tiene 90 años también puede crecer desde un punto de vista personal y psicológico”.

Después de casi tres meses sintiendo el dolor por las pérdidas y por el impacto emocional que esta epidemia provoca en nuestros mayores, que aún necesitan adaptarse a este aislamiento que para ellos se prolongará posiblemente hasta que nos llegue la ansiada vacuna, considero de justicia que hagamos una pausa, tomemos consciencia de nuestra responsabilidad y todos nos comprometamos a aportar algo de nosotros, tiempo para escuchar a alguno de estos mayores de nuestro entorno, atención a alguna de sus necesidades o ayudarles a realizar alguna de estas actividades:

  • En primer lugar es necesario entrenar actitudes de apertura al cambio para adaptarse a los desafíos de esta compleja etapa que les toca vivir.
  • Mantener un nivel de actividad física adaptado.
  • Cuidar el aspecto físico.
  • Practicar actividades de ocio en casa y fuera de casa, en el horario habilitado para ellos, asistiendo a los centros de día u otras actividades.
  • Adquirir el compromiso de cuidar de una mascota, fuente de alegría, afecto y es una responsabilidad social más allá de la de uno mismo, sintiéndose útil.
  • Con unas mínimas destrezas tecnológicas pueden hacer algún curso o taller on-line, manteniendo viva la curiosidad por aprender cosas nuevas.
  • Participar en asociaciones,  y programas de voluntariado según sus valores y creencias.
  • Ser promotores del cultivo de sus relaciones sociales y tomar la iniciativa para establecer comunicación telefónica cuando los hijos, familiares y amigos se hayan relajado o estén en ese frenético hacer y hacer del día a día.
  • Revisar el sentido que tiene su vida.

La contribución de la sociedad en general. Ser conscientes de todo lo que ellos también nos pueden aportar a partir de toda una vida de experiencias y sabiduría acumulada, del reconocimiento que merecen, del amor que otras personas adultas podemos compartir con ellos a través de una mirada, un momento de acompañamiento o una llamada telefónica. Darnos cuenta de la importancia de la vinculación a otra persona como ancla a la vida. Todo ello puede contribuir a que las personas mayores tengan una vida plena de sentido.

Es toda una suerte envejecer, así las personas que representamos la población activa: ¿Cómo queremos envejecer y cómo nos gustaría ser valorados y tratados por las generaciones más jóvenes?

Amalia Ortega García

Psicóloga, logopeda, pedagoga y especialista en Mindfulness